miércoles, 12 de mayo de 2010

PROTOCOLO VERBAL



POR JUAN DAVID BECERRA












Cerré los ojos, el silencio era casi perfecto. La oscuridad introspectiva me aseguraba la posibilidad de oír con mayor sutileza e inteligencia.
Abrí el grifo, las voces que producían las gotas suicidas en mi dorso era insoportable.


Es común ir por la calle escuchando los chillidos, ladridos, rebuznos y diferentes exclamaciones zoológicas; uno, inevitablemente, también se une a la aglomerada turbia animal que nos obliga a comunicarnos de este modo. Nos vanagloriamos de cada uno de los constantes sonidos que, aunque tengan un significado, secuencialmente lo hemos perdido.


Como un ejemplo, me he encontrado frente a una conversación cualquiera y al aparecer un silencio incómodo (el cual es un monstruo para el protocolo), nuestros labios, acostumbrados, lanzan el primer graznido que se nos cruza por la cabeza. No creo que con necesaria obligación sea este hecho algo natural, creo, por el contrario, que es una postura temerosa al rechazo. Hablar por hablar se ha convertido en el centro de nuestro contexto verbal.

De lo que perdemos…

Las palabras no pueden ser usadas sin ánimo, ni mucho menos sin un significado introspectivo; estas variantes deben salir de nuestras dudas reales, de nuestro espíritu; sin este punto de vista se pierde un gran camino. Si las palabras son usadas solo por los órganos encargados de la interacción verbal, estamos perdiendo el extenso campo que las respuestas y preguntas nos pueden brindar en la maravillosa dinámica de una verdadera conversación. Así mismo, la conversación toma un nivel más humano y menos animalizado; porque genera un interés verdadero que no recae en la hipocresía y el interés falso, del que me he empezado a hartar.

Encontrarse rodeado de desconocidos es algo natural en este contexto. También me he unido con timidez a las pláticas que con frecuencia se dan en reuniones sociales; pero cuando se entra en conversación, siempre he sentido la necesidad de callarme, escuchar y agregar algo solo cuando sea necesario. En medio de estas charlas, he encontrado cómo yo y los otros se muestran verbalmente con base en un protocolo vacío que nos lleva a preguntar lo mismo de aquí a allá, viajando sin tregua y renaciendo de lengua en lengua. Observando esto he sentido que soy inútil al no llevar un “grano de arena” a este aspecto que para mí es fatídico. Gracias a esto he visto la similitud entre la mentira y el acto de hablar por hablar.

Cuando hablo sobre este tema con algunas personas, me dicen: -es natural en todos, porque somos seres sociales y necesitamos interactuar-. A lo que yo otorgo un punto a favor, la necesidad social a la que ninguno se escapa. Pero si lo que buscamos al conversar es conocer, relacionarnos e informarnos, les aseguro que una charla con un grado de profundidad mayor será más efectiva a la empresa destinada. Porque la conversación de este modo nos lleva a conocer mejor, por el interés que le damos, siendo este una duda o un comentario sincero. El interés por las palabras obtenidas nos acerca con hondura al universo del prójimo. Así mismo, el diálogo selectivo, como lo planteo en una conversación cualquiera, nos lleva a conocer con mayor definición la información, por el simple hecho del agrado y el provecho que nos genera.

De la monotonía verbal…

Sentados en pequeñas sillas todos observamos el mundo con diferentes perspectivas, unas de extrema derecha, otras de izquierda, unas obtusas, otras no tanto, unas diacrónicas, otras sincrónicas; los puntos de vista desiguales nos llevan a un sabor agradable de lo que es la vida. Si dejamos de ver las diferentes perspectivas, estaremos observando las propias, observándonos a nosotros mismos. Sin duda este es el ejercicio más complicado y por ello somos amantes del exterior.

En ese ánimo de conocer al mundo exterior y en especial a nuestros semejantes (quienes son tildados y rotulados sin convicción) construimos las lenguas y la comunicación. Y paso tras paso nos reinventamos con base en estos, con el propósito de llenar el vacío existencial de no comprendernos.

Al observar la dinámica existencial del ser humano por entender con mayor profundidad las perspectivas y la vida de sus semejantes, no puedo dejar de relacionar el hablar por hablar con la monotonía. Es una constante aberrante que se presenta en nuestras actitudes, resguardándonos en el absurdo, como bien lo llamaría Camus.

Qué más se puede esperar de un estribillo del cual sabemos con anterioridad que hemos perdido la razón de expulsar; estos son sonidos que en algún momento tuvieron un significado verdadero y que ahora son solo clichés para ocultar intenciones muchas veces hipócritas. Maquillamos nuestro desinterés o nuestro miedo al silencio con pláticas que en algunos momentos no significan nada para nosotros. Este escenario nos castra la real expresión del alma o de nuestra personalidad. Quién espera de una conversación un conocimiento diferente a un “¿Cómo has estado?” o un “¿Cómo va la familia?” o aún peor esas risas estudiadas y aprendidas al pie de la letra para situaciones que las ameritan. No digo, por cierto, que estas preguntas tengan un sentido negativo, afirmo con convicción que el sentido negativo se les está implantando con la falta de ánimo y de un interés sincero.

Estoy de acuerdo con la frase “El hombre es un animal de costumbres”, pero afirmo con certeza que la monotonía oral es una costumbre que carcome el potencial del ser humano. Así como se acostumbra a las palabrerías necias y faltas de distinción, creo fervientemente que el hombre puede acostumbrarse a la conversación profunda e introspectiva, a la conversación reflexiva y al conocimiento importantísimo del silencio.

Del silencio…

La actuación normal en medio de algunas conversaciones al aparecer un silencio es de terror; se entumecen en nervios, como si fuese lo peor o como si por ello fueran a quedar mal. Significativamente esto tiene algo de razón, pues en el contexto actual estas faltas de comunicación momentáneas son enemigos monstruosos, aunque, ciertamente se exagera sobre el silencio.

Tomándome como un ejemplo, soy considerado una persona callada, y no es porque yo lo diga con certeza, pues no es así. Pero me han tildado de silencioso, tímido y retraído. Se ha ocultado la belleza del silencio, y ahora es prohibido cerrar por un momento el hocico. Hay quienes elegimos no ladrar constantemente.

Lo que ocurre es que al encontrarse una persona de una amplia lengua para las protocolarias palabras, con una persona “silenciosa”, no puede entenderlo ni permitirlo; esta actitud es totalmente negativa, tan negativa que llegamos a ser expuestos como tarados o algo peor. No lo digo como una hipótesis, porque he sido juzgado cara a cara; me han marcado “silencioso” y a ese sustantivo le han agregado fantasmas y ladrones que asustan a los “conversadores”.

Esos comentarios me han llevado a analizar un poco esa montaña de palabras que se repiten y se repiten, que con sonrisas y levantadas de cejas programadas son la base de las conversaciones diarias. Pero aún me pregunto cuál es la razón del descontento por aquellas personas que se niegan a seguir ese patrón. Admito que muchas veces me veo obligado a unirme a la danza y a dar vueltas como todos, pero realmente, después de tanto pensarlo, es agotador. Así que caminando he cerrado las fauces en un intento desesperado de salirme de la línea que tiene el suelo.

Quiero que se entienda que mi opinión no es una crítica global, y entiendo cómo este aspecto humano forma gran parte de la normalidad diaria, pero estoy intentando aportar un grano a una conversación que muchas veces (no digo todas) está goteando poco a poco nuestra personalidad y nos convierte en partidarios de una personalidad global, a la cual todos “respetan y admiran”, a la cual todos se quieren parecer.

Se muestra enmascarada con una sonrisa larga y cortés, nos hace un ademán de bienvenida y se toma la libertad de enmascararnos; todos bailan, todos sonríen, todos se parecen. Y quienes no quieren participar de la danza, se les encierra o ahorca con la mirada.

Y así, gota tras gota se unen perdiendo lamentablemente su individualidad.


Bibliografía:

Ramon Alcoberro, “Montesquieu – El espíritu de las leyes” “Filosofía i Pensamiento” disponible en: http://www.alcoberro.info/planes/montesquieu.htm recuperado el 7 de Mayo.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Me parece muy bueno tu punto de vista del por qué la mayoría de las personas hablan por hablar en una conversación.
Sin embargo, esto también es muy frecuente no sólo al hablar verbalmente, sino cuando nos comunicamos en general, por ejemplo en el msn .....
Muy lindo tu ensayo .. felicitaciones