lunes, 29 de septiembre de 2008

El ensayo: un espacio propicio para el desarrollo del pensamiento


Publicado en: Memorias del II Encuentro Nacional y I Internacional sobre Lectura y Escritura en Educación Superior. REDLEES Y ASCUN, Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia, septiembre 18 y 19 de 2008. ISBN: 978-958-8350-17-2

Por Lina Marcela Trigos Carrillo

El ensayo es uno de los escritos privilegiados en el ámbito de la Educación Superior, especialmente en los programas de pregrado afines al campo de las ciencias sociales y humanas, y en los programas de postgrado en casi cualquier área. Sin embargo, cuando la producción del ensayo carece de una guía pedagógica adecuada, se convierte en un ejercicio estéril, confuso y monótono tanto para los estudiantes como para el docente.
Esta ponencia tiene como objetivo presentar unos lineamientos generales en cuanto a la naturaleza y las características del ensayo, que permitan la formulación de una didáctica provocadora para la planeación y redacción de ensayos. El planteamiento principal que subyace a este objetivo es que el ensayo es un escrito ideal para el desarrollo del pensamiento crítico, autónomo y reflexivo, siempre y cuando sea entendido como un proceso de escritura complejo y esté acompañado por una didáctica que incentive, guíe y ayude a la estructuración del pensamiento en los estudiantes.
La estrategia de la ponencia es analizar la naturaleza del ensayo, precisar las características que lo hacen único en su género y, a partir de esta fundamentación, plantear los criterios generales para una didáctica que optimice los procesos de reflexión y pensamiento en los estudiantes de Educación Superior. Por último, se presentan algunas conclusiones encaminadas a la reflexión sobre los criterios de evaluación y la necesidad de la formación desde la docencia y para la docencia.
Estas reflexiones nacen del trabajo en investigación y docencia en el grupo UDITA (Unidad de Docencia e Investigación en Comprensión y Producción de Textos Argumentativos), y de la experiencia en el Taller de Redacción de Ensayos que desde hace cuatro años se dicta en el Programa de Extensión y Educación Continua de la Universidad Nacional de Colombia. Asimismo, se enriquece con la experiencia en las cátedras de Ensayos de opinión, Propedéutica de textos, Taller de escritura y otras afines en la Universidad del Rosario.

I. Sobre el ensayo
El ensayo ha sido objeto de varios análisis y estudios desde el siglo XVI hasta nuestros días. Esto se puede deber a la gran afluencia que ha tenido en la prensa periodística y entre los círculos académicos en las últimas décadas. Sin embargo, hoy en día aún no hay un consenso sobre sus características fundamentales y en muchas ocasiones, en el ámbito de la Educación Superior, se convierte en un ejercicio simple de comprensión de lectura o en una reconstrucción de carácter argumentativo con base en varios autores en torno a un tema. Estos tratamientos simplifican la esencia del ensayo y desaprovechan un espacio enriquecedor para la formación de pensamiento crítico en los estudiantes.
Para comenzar, el ensayo tiene sus raíces en los griegos y romanos, como bien lo afirmó Francis Bacon en 1597: "La palabra es nueva, pero el contenido es antiguo. Pues las mismas Epístolas a Luciano de Séneca, si uno se fija no son más que ensayos, es decir, meditaciones dispersas reunidas en forma de epístolas" (Arenas, 1997). No obstante, es en 1580 cuando se publica por vez primera una serie de escritos bajo el rótulo Essais, por Miguel de Montaigne. Luego, en 1597, Bacon publica sus Essays, con lo que se consolida un nuevo género: el ensayo moderno.
La denominación essais es francesa. Empero, llama la atención que el vocablo ha perdurado en diferentes lenguas a través de los siglos: Essais (Francés), saggio (Italiano), ensaio (Portugués), essay (Inglés y alemán) y ensayo (Español). La raíz etimológica del término viene del vocablo latino exagĭum, que quiere decir “pesar en la balanza” o “peso”. Hoy en día, en español, la palabra ensayo se usa, en una de sus acepciones, para denotar la “operación por la cual se averigua el metal o metales que contiene la mena, y la proporción en que cada uno está con el peso de ella” (Ver Diccionario de la lengua española RAE). Si aventuramos una definición del ensayo a partir de su significado etimológico, podríamos decir que el autor sopesa el resultado de una reflexión o pone a verificación sus ideas por medio de un escrito. Sin embargo, es necesario refinar esta definición, porque en estos términos resulta insuficiente.
Para acercarnos a una caracterización más profunda del ensayo, es necesario llevar a cabo un análisis de su forma, su contenido y su naturaleza. En primera instancia, en cuanto a la forma, podemos revisar varios aspectos para determinar cuáles son constitutivos del género y cuáles son parte de la libertad y versatilidad que ofrece éste mismo. Si tomamos en cuenta la extensión, se dice generalmente que el ensayo es un escrito breve, no obstante, la brevedad sólo puede ser determinada con relación a una medida, y en este sentido el ensayo es caprichoso y se nos esfuma rápidamente; así como hay ensayos de Bertrand Russell de dos páginas, también los hay de Saramago que sobrepasan con facilidad las cien páginas, así que la brevedad, definida en estos términos, no se puede considerar como una característica constitutiva del ensayo. En cuanto a su forma de expresión, el ensayo se escribe en prosa, y su estilo puede acercarse más a lo literario, más a lo científico, o encontrar un punto de equilibrio entre los dos; lo importante es que el carácter del ensayista se visualiza de alguna manera a través del ensayo, ya que por medio del lenguaje el autor se presenta a sí mismo. El mismo Montaigne así lo manifiesta: "Los autores se comunican con el mundo en extrañas y peculiares formas; yo soy el primero en hacerlo con todo mi ser, como Miguel de Montaigne, no como gramático o como poeta, o como jurisconsulto" (Montaigne, Ensayo 50, libro 1, 782). Justamente por el carácter del ensayo, por su exigencia de libertad, no es pertinente, como lo afirman muchos autores, determinar una receta mágica de diez pasos infalibles para su escritura. Así lo expresa José Luis Gómez Martínez (1992): “La unidad del ensayo no es externa sino interna, no es mecánica sino orgánica”. Si bien es evidente que este hecho dificulta su enseñanza y nos pone en aprietos a la hora establecer una didáctica, es en ello en lo que radica su riqueza y su impacto en la formación de personas con mentalidad crítica.
En cuanto al contenido, es importante precisar que el ensayo no pretende ser exhaustivo, dado que si bien presenta una visión particular del tema en cuestión, no pretende tomar en consideración todos sus vértices sino contemplar un aspecto particular en la mayor profundidad posible. Como bien lo expresa Montaigne: “Elijo al azar el primer argumento. Todos para mí son igualmente buenos y nunca me propongo agotarlos, porque a ninguno contemplo por entero: no declaran otro tanto quienes nos prometen tratar todos los aspectos de las cosas. De cien miembros y rostros que tiene cada cosa, escojo uno, ya para acariciarlo, ya para desflorarlo y a veces para penetrar hasta el hueso” (Montaigne, Ensayo 50, libro 1, 289 -290).
El hecho de que el ensayo no sea exhaustivo, no quiere decir que deje de ser profundo. No se trata aquí de una opinión lanzada al azar, por el contrario, se trata justamente del resultado de una reflexión profunda sobre un problema, en el sentido epistemológico del término, que nos ha inquietado por algún tiempo. Después de rondar con insistencia nuestra cabeza, se nos vuelve imperativo poner esta reflexión en el papel, para que se manifieste en ella una parte de lo que cada uno somos. En cuanto a la temática, ésta no está previamente estipulada, el ensayo puede tratar los más diversos temas que atraviesan todas las áreas de conocimiento, y algunas veces de manera transversal. En la mayoría de los casos, el tratamiento del tema se hace a través de la argumentación, es decir, se apela al raciocinio con el fin de sustentar una postura. Dentro de esta incursión racional, se explora también el estilo. Nótese que no se trata de un uso persuasivo del lenguaje, sino de explorar nuevas formas de decir lo usual, con el fin lograr una mejor comprensión por parte del lector. En esta dirección, no existe una estructura argumentativa determinada de exclusividad ensayística. Bien se puede apelar a la argumentación discursiva, como a la lógica; y en ocasiones, no sin cierto virtuosismo, es posible llegar a un equilibrio entre las dos utilizando lenguaje literario. Ya se puede uno encontrar con una formalización rigurosa en algunos de los tropos que hace José Pablo Feinmann en sus ensayos de corte político.
En tercera y última instancia, en cuanto a su naturaleza, el ensayo se mueve en dos aguas. Por un lado, se ubica como una producción del pensamiento crítico por parte del escritor; en este sentido, el autor persigue un fin. Podría buscar poner en orden sus ideas, o desarrollar una interpretación novedosa en torno a un tema, o indagar sobre una relación que se había descartado, o simplemente expresar su libertad, pero también hacer una exigencia al lector de formarse un criterio y, en algunos casos, de llevar a cabo una acción. Una vez el lector ha llegado al ensayo, ya no es el mismo, algo ha cambiado en su forma de ver las cosas y este cambio podría implicar una acción. Después del ensayo ya nada es igual, ni en el autor, ni en el lector. En este punto no se trata de la capacidad persuasiva con la que se maneje el lenguaje; no, se trata del efecto que produce una nueva forma de ver las cosas, que antes había permanecido oculta o al menos inadvertida a nuestros ojos.
Por otro lado, desde la experiencia estética, el autor permea el ensayo con su subjetividad, no solo en el contenido, pues lo que expresa es su pensamiento, sino también en el estilo. El ensayista se visualiza a través de la transparencia del ensayo al ofrecer una perspectiva particular y hasta novedosa del fenómeno que trata, y además se ve a sí mismo en la forma que le da a su pensamiento. En el lector, se experimenta un placer que no solo está ligado a la posibilidad de abrir la visión de un fenómeno habitual a una perspectiva inhóspita o inusual, sino que además existe un placer por la forma particular que ha tomado el lenguaje en la expresión del pensamiento. Entonces, el lector podría experimentar un placer estético por lo que se presenta ante él de una forma inesperada, quizá bella. En ese momento, la finalidad de la obra queda suspendida por un instante, y el interés queda roto ante la imponencia del lenguaje, y luego, vuelve a quedar subordinada al propósito del autor, bajo la intermediación del que lo lee. Entonces, no se trata únicamente de una conexión o una imagen lograda a través del lenguaje por sí misma, sino que, en el caso del ensayo particularmente, ésta queda anclada a la acción del pensamiento.
Con los anteriores elementos, se podría aventurar una definición: El ensayo es un escrito en prosa, en el cual el autor presenta sus reflexiones sobre un tema particular, desde una perspectiva personal. En éste, el ensayista explora dos formas de innovación: una, en cuanto a su pensamiento, ya que indaga sobre matices o combinaciones que no habían sido tomadas en cuenta o que, quizá, se habían olvidado; y la segunda, en cuanto al tratamiento del lenguaje, pues el autor explora nuevas formas de expresión, nuevas formas de representar lo conocido para abrir el pensamiento a lo que había permanecido como impensable o inimaginable. Pero lo más importante es que el ensayo es un género donde se manifiesta la libertad, tanto del ensayista como del lector. En el ensayo se pone de presente el libre albedrío del ciudadano, tanto para expresar sus ideas, como para tomar una posición e impartir un criterio, y aún más, para llevar a cabo una acción. Finalmente, el ensayista no escribe para sí mismo, sino para los demás representados en primera medida mediante su persona. Es pertinente aclarar esta última afirmación: el ensayista en un primer momento lleva a cabo una reflexión, pero cuando decide ponerla en el papel establece un diálogo primero consigo mismo, prueba su pensamiento, indaga hasta dónde puede llevar su reflexión y hasta dónde su confianza en lo conocido y en lo comprendido pasa la prueba del papel. El mismo ensayista es su primer crítico cuando pasa por el lenguaje, porque en esta transferencia se tasa su criterio y su juicio, se observa a sí mismo en el discurso y luego se pone a consideración de los demás.

II. Hacia una didáctica del ensayo
Si el ensayo se entiende como un proceso de escritura complejo que potencializa las capacidades del estudiante, el profesor con dificultad caerá en la tentación de exigir un ensayo de una clase para otra. La escritura de ensayos es un ejercicio pedagógico que requiere tiempo y acompañamiento. Entonces, ¿cómo proponer una didáctica que permita a los estudiantes el desarrollo del pensamiento reflexivo y crítico a través de la escritura de ensayos?
En primer lugar, la escritura no debe consistir en un ejercicio mecánico o memorístico. En cambio, debe ser activo, participativo, creativo y significativo para el estudiante. Esto es posible si se motiva al estudiante a revisar sus intereses y cómo estos tienen una relación con su contexto local y global. Cuando se realiza un ensayo para una asignatura temática, es recomendable mostrar una serie de problemas o inquietudes que surgen a partir del tema de estudio, e incentivar su análisis y discusión.
Una vez el estudiante ha identificado un problema interesante, puede fijar unos objetivos claros con relación al enfoque que quiere desarrollar y al aspecto puntual sobre el cual quiere profundizar. Además, este problema se puede enmarcar en el contexto local, nacional o global de acuerdo con sus intereses.
Con el fin de desarrollar el pensamiento autónomo y reflexivo, es necesario que el estudiante explore, previamente a la búsqueda bibliográfica, qué sabe del tema, hasta dónde es posible que adopte una posición personal con relación al mismo y si encuentra un detalle novedoso que quisiera explorar. También se puede indagar sobre relaciones entre varios fenómenos o entre un fenómeno y un contexto particular. En esta etapa, la labor del docente es guiar e incentivar la reflexión profunda y razonada; pero debe ser cuidadoso de no imponer sus juicios o juzgar los del estudiante. Su rol es el de provocador: de pensamiento, creatividad e indagación.
Ya establecida una estructura preliminar, que tenga en cuenta el contexto, limite la temática, precise el problema y, si es posible, presente una posición personal, se puede alentar al estudiante a una búsqueda bibliográfica y documental que le ayude a fortalecer su formulación, o dado el caso a reformular su planteamiento, lo que también puede resultar enriquecedor. En esta etapa del proceso es determinante mejorar las habilidades necesarias para la búsqueda y organización de información. El profesor debería guiar al estudiante en cuanto a los criterios para determinar la calidad de las fuentes, la pertinencia de la información para el desarrollo del ensayo, y la selección y organización de la misma.
Ahora el estudiante tiene las herramientas para plantear la estructura argumentativa de su ensayo (Baquero y Pardo, 1997). Es necesario que defina en un esquema cuáles son los hechos que motivan su indagación, cómo ha delimitado el problema, cuál es el interrogante central que intenta responder en el ensayo, cuál es su hipótesis con relación al interrogante, y cuáles son los argumentos (personales, de autoridad, ejemplos, factuales, etc.) que le ayudarán a sustentar su posición. Esta estructura se puede diagramar mediante una red argumentativa u otro esquema que dé cuenta de las relaciones lógicas que se establecen en la argumentación (Baquero y Pardo, 1997).
Tan pronto se cuenta con la estructura que guiará la organización lógica de los contenidos, se puede pasar al plano de la expresión. En este momento, es importante alentar al estudiante para que explore las posibilidades de expresión que ofrece el lenguaje. De manera global, es pertinente revisar el estilo que se le quiere dar al texto y si hay alguna manera de imprimirle un sello personal a este estilo. Este trabajo es muy complejo y requiere de la asesoría cercana del docente. Se puede iniciar con borradores cortos de un párrafo o dos, para, a partir de allí, definir las formas de enunciación y el estilo que va a adquirir el ensayo. También se puede incentivar al estudiante para que busque imágenes o ejemplos significativos que le ayuden a ilustrar de manera clara el contenido que ha propuesto en la estructura argumentativa. Se podría arriesgar con algunas figuras retóricas o introduciendo ideas a través de anécdotas o citas.
El desarrollo de la escritura del ensayo requiere de dos o más borradores. Es crucial para la formación de buenos hábitos escriturales, la optimización de los procesos de revisión, tanto a nivel individual como grupal. En algunos casos, se puede seleccionar uno o dos párrafos, que se presentan de manera anónima, para hacer una revisión en grupo e ir consolidando los criterios de forma y contenido que hay que tener presente al momento de escribir un texto, en general, y un ensayo en particular.
Una vez el estudiante se sienta satisfecho con el resultado de su escrito, puede trabajar en la versión final. En esta última parte se revisan los criterios de presentación, y se pulen los detalles finales: el título del ensayo, los párrafos de introducción y conclusión, los errores tipográficos, entre otros.
Con esta didáctica se busca que el estudiante desarrolle su habilidad para estructurar y evaluar lógicamente las relaciones entre contenidos (coherencia y validez); mejore su capacidad para procesar información y convertirla de manera creativa; aprenda a evaluar un contenido a la luz de un contexto determinado; construya un criterio propio y lo examine con relación a otros puntos de vista; establezca unas finalidades en torno a un acto comunicativo; y explore las posibilidades de expresión que ofrece el lenguaje (Villarini, 2001).

III. Reflexiones en torno al quehacer docente
Para los docentes, no sólo del área de lengua materna sino de cualquier área del conocimiento, es imperioso estar en constante formación. Esta formación desde la docencia y para la docencia, nos va a permitir llegar al aula de clase con propuestas novedosas y ajustar nuestras dinámicas pedagógicas a nuevos contextos. Si el docente se preocupa en primera medida por su formación y por lo que a partir de ella puede brindar a sus estudiantes, lleva a cabo un ejercicio crítico que le permite clarificar los criterios de evaluación y optimizar las vías de enseñanza y aprendizaje.
La escritura es una habilidad básica, pero compleja, que no se consigue de manera definitiva en cuatro años de estudios superiores. Es una habilidad que se mejora con su ejercicio, con su revisión rigurosa y con la formación de hábitos escriturales. Si el profesor empieza a escribir ensayos y hace una reflexión profunda sobre esta experiencia, podrá entender mejor las inquietudes de los estudiantes y los temores a los que se enfrentan cuando deben escribir.
Por último, es imperativo establecer criterios de evaluación claros, tanto cualitativos como cuantitativos, desde antes de embarcar a los estudiantes en la aventura de escribir un ensayo. El profesor debería hacer una presentación preliminar de sus expectativas con relación al ejercicio de escritura y de los criterios de forma y contenido que va a tener en cuenta a la hora de la evaluación del mismo. Incluso es pertinente establecer una evaluación por etapas que dé cuenta del proceso de escritura y de los logros obtenidos a medida que se avanza. Para los estudiantes de Educación Superior, la nota es muy importante; pero más allá de esto, es importante hacerles ver que la calificación es sólo el resultado de un trabajo que tiene implicaciones de diversa índole y que se ciñe a criterios preestablecidos. Finalmente, es más importante lo que el profesor tiene que decirle al estudiante sobre su trabajo, cómo lo puede enriquecer, en qué aspectos es sobresaliente y en qué aspectos debe enfocarse para mejorar.
Las instituciones de Educación Superior han destinado grandes esfuerzos en los últimos años para la optimización y ampliación del cubrimiento del desarrollo de las habilidades comunicativas en sus estudiantes. Esto sólo será posible si todos y todas las docentes entendemos la importancia de la lectura y escritura en nuestro rol como educadores, de cualquier área. Para formar buenos escritores, deberíamos partir por nosotros mismos. En el ensayo encontramos un buen espacio para el desarrollo del pensamiento crítico y reflexivo, y una buena excusa para escribir sobre aquellos temas que nos inquietan todos los días.

Bibliografía
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VÉLEZ, J. (2000) El ensayo. Entre la aventura y el orden. Bogotá: Editorial Taurus.
VILLARINI, Á. (2001) Teoría y pedagogía del pensamiento sistemático y crítico. En: Actas del Encuentro Internacional de educación y Pensamiento, vol. VIII. Puerto rico: UPR