miércoles, 18 de junio de 2008

El rol de las organizaciones de base y comunitarias en el proceso de descentralización en Bogotá



Por Juliana Villamizar

“El proceso de descentralización implica, por un lado, la voluntad expresa del Estado de reformarse y delegar una serie de funciones a los estados locales; y por otro lado la voluntad de la sociedad de acompañar esa reforma”[1].

En Bogotá este proceso se inició con la Constitución de 1991, en la cual se estableció una estructura descentralizada para la ciudad. Allí se ordenaba hacer una división de la ciudad y crear una nueva figura territorial denominada localidad. De igual manera se debía hacer un reparto de competencias y funciones administrativas y establecer una estructura de gobierno conformada por una Junta Administradora Local (JAL) elegida popularmente y un alcalde local designado por el Alcalde Mayor, previa aprobación de una terna enviada por la JAL. Después, con la aprobación del Decreto de ley 1421 de 1993, denominado Estatuto Orgánico de la Ciudad, se establecieron de manera más específica las competencias entre las diferentes entidades territoriales[2] .

Hasta este punto, quedan definidas con claridad las funciones y responsabilidades del gobierno local; sin embargo, sobre el rol que debe desempeñar la sociedad organizada en esta reforma no se dice nada. Desde el inicio se olvidó que para que la descentralización sea una realidad se requiere de la presencia de la sociedad civil, representada en sus organizaciones, para que vele por el destino de los recursos y el cumplimiento de las funciones descentralizadas.

En ese sentido, es pertinente preguntarse después de diecisiete años, por los aportes que han hecho a este proceso las organizaciones de base y comunitarias, como representantes de la sociedad.

Una aclaración preliminar a la indagación propuesta en este ensayo debería ser si todos, Estado y Sociedad, manejamos un lenguaje común cuando de precisar los propósitos de la descentralización se trata. Para el presente estudio, que tiene como propósito analizar y determinar el tipo de contribución que han hecho las organizaciones comunitarias y de base a este proceso por medio de su acción a nivel local, es necesario primero dilucidar sobre las diversas y en ocasiones equivocadas acepciones de la descentralización. No se trata aquí de entrar en una discusión que desborda el objetivo principal (esta labor ha sido y continúa siendo objeto de acaloradas discusiones entre políticos y estudiosos) pero sí de hacer, de manera sucinta, una diferenciación básica entre descentralización, desconcentración y descongestión; tres acciones que suelen confundirse a pesar de tener propósitos diferentes.

En primer lugar, “la descentralización supone un achicamiento del Estado nacional y una correlativa expansión de los estados locales que asumen funciones descentralizadas, a lo cual debe agregarse por lo general una mayor presencia de la sociedad local en los procesos de decisión, gestión o control vinculados con estas funciones”[3]. Aunque la descentralización tiene un carácter administrativo, el reconocimiento de la capacidad de una comunidad territorial para tomar decisiones sobre asuntos locales le confiere un carácter fundamentalmente político[4]. En segundo lugar está la desconcentración de funciones administrativas, cuya única pretensión es la de crear unidades de gestión más pequeñas, sea para facilitar la organización interna de la Administración, o para acercarla a los usuarios o vecinos[5]. Mediante esta acción, se crean unidades de gestión más pequeñas pero sin autonomía, mientras que una de las estrategias centrales de la política de descentralización es la de promover la autonomía local. La delegación, en tercer lugar, consiste exclusivamente en la transferencia del ejercicio de competencias, funciones o autoridad, expresamente autorizadas y por el tiempo que determine un cuerpo legal[6]. Aquí también es evidente que las competencias delegadas serán asumidas únicamente por entes de tipo institucional o administrativo. Si la descentralización se ha interpretado como una delegación o como una desconcentración de funciones administrativas, es evidente que no es a la sociedad a quien corresponde cumplir con ellas. Dicha confusión ha llevado a algunos autores a afirmar que en el caso bogotano se trata de una desconcentración disfrazada de descentralización[7]. No obstante, para el presente estudio se parte del supuesto de que en el caso bogotano se está llevando a cabo un proceso de descentralización.

La diferenciación aquí hecha permite comprender que, el verdadero sentido de la política de descentralización es acercar el gobierno a los ciudadanos, para que haya una construcción colectiva de ciudad. De ahí que sea apremiante reconocer a las organizaciones civiles como interlocutores válidos en este proceso. Sin embargo, la falta de reconocimiento de las organizaciones de base y comunitarias como parte del indispensable del conjunto de actores involucrados en esta reforma ha sido un impedimento para que éstas tengan un rol más activo y también para que la descentralización sea una realidad.

El interés de indagar por el papel de estas organizaciones en un proceso descentralizador radica en que son grupos que organizan a la comunidad en torno a intereses comunes, contribuyen a la creación y fortalecimiento de capital social y actúan como canales de diálogo con la administración, lo que demuestra que su labor es indispensable para el afianzamiento de esta reforma. Las organizaciones de base y comunitarias y la ciudadanía en general son tan importantes y significativos en esta reforma estatal, como los actores institucionales. Por consiguiente, es indispensable dirigir la mirada hacia las sociedades locales con el propósito de establecer sus características, sus formas de organización y de participación efectiva en la toma de decisiones y en la gestión de proyectos que contribuyen al desarrollo local.

Hasta ahora, han sido numerosos los estudios que han dirigido sus esfuerzos al estudio de la reforma del Estado y en particular del proceso de descentralización de Bogotá, realizando diagnósticos, críticas y estados del arte en general. Aunque estos estudios han dado luces sobre sus avances y retrocesos, se han enfocado predominantemente en el papel del Estado y las instituciones, haciendo énfasis en sus responsabilidades, debilidades y fortalezas a lo largo de estos dieciséis años. Por el contrario, ha sido menos prolífica la producción académica enfocada en los grupos organizados de la sociedad civil, particularmente en el caso bogotano, lo que demuestra que su rol potencial en la consolidación de la descentralización no ha sido reconocido en toda su dimensión por el ámbito académico y el gobierno de la ciudad.

Según un estudio de la Fundación Corona, para el año 2004 se estimaba que en Bogotá el número de organizaciones comunitarias activas ascendía a 3.700; cifra que se expresa en una densidad promedio es de 1,2 organizaciones comunitarias por barrio. “El 33% de estas organizaciones trabajan con comunidades de más de 10 barrios y el 55% con poblaciones de 1 a 3 barrios. Estas formas de agrupación social movilizan cerca de 2 millones de habitantes al año en torno a lo público. Aglutinan como líderes y activistas al 2% de la población bogotana en distintos estratos socioeconómicos. Del total de organizaciones, el 49% tiene más de 10 años de haberse constituido, el 25% lo hicieron en los últimos 10 años y el 26% en los últimos 5 años. Esto significa que una franja amplia se ha mantenido a lo largo de los años, e independientemente de sus limitaciones, tiene una capacidad acumulada en la gestión y participación”[8].

Dentro de este conjunto de organizaciones comunitarias se pueden distinguir varios tipos como: las juntas comunales, las organizaciones de madres comunitarias, las organizaciones de vecinos solidarios, entre otras. Las más destacadas por su importancia a nivel local son las juntas comunales, que representan cerca del 40% del total. La mayoría de ellas se han configurado dentro de sectores populares, pues es allí donde los vínculos comunitarios se activan en torno al interés de mejorar las condiciones de vida y contribuir al desarrollo de su comunidad. Algunas de ellas se han constituido como formas de organización perdurables a pesar de los inconvenientes de tipo político e institucional que hayan tenido que enfrentar.

Los datos de la Fundación Corona revelan, por un lado, que el número de organizaciones activas en Bogotá es significativo pero insuficiente; y por el otro, que el hecho de que su trabajo sea realizado de manera aislada reduce notablemente el impacto que podría llegar a tener si trabajaran en cooperación con el gobierno local. El aporte de este último en esa relación de cooperación debería ser la generación de políticas dirigidas al fortalecimiento de estas organizaciones y la creación de escenarios de participación. Sin embargo, hasta ahora han sido limitados los programas y proyectos dirigidos cumplir con este propósito. Además, su implementación tampoco ha sido garantía de impacto en el ámbito local, debido por una parte la descoordinación de las instituciones distritales en el diseño e implementación de éstas políticas y también a los bajos niveles de organización y capacidad de convocatoria de las organizaciones existentes[9].

Dicho en otras palabras, hay responsabilidades compartidas pero no necesariamente simétricas relacionadas con el estancamiento que afronta actualmente el proceso de descentralización de Bogotá. A este respecto es preciso decir que desde el gobierno no ha habido voluntad política de llevar a cabo esa reforma con todas las complejidades y responsabilidades que ello implica; ello se expresa, en gran medida, en la descoordinación de las instituciones encargadas de dinamizar este proceso. También hay que decir que la sociedad representada por sus organizaciones tampoco ha expresado abiertamente la voluntad de hacer parte de este proceso; en parte porque la relación de la sociedad con el Estado siempre ha estado mediada por un sentimiento de desconfianza y descreimiento en las instituciones que lo representan, pero mayoritariamente porque desconoce los beneficios y también las responsabilidades que conlleva esta reforma para la sociedad.

Un elemento central en esta discusión debería ser la participación ciudadana, considerado como un aspecto inherente al proceso descentralizador. Porque parte del desencantamiento que expresan sentir algunas organizaciones frente a los mecanismos de participación proviene de las limitaciones que tienen a la hora de materializar las propuestas de la comunidad.

La participación, como se ejerce actualmente, más allá de propugnar por la vinculación de las organizaciones civiles a la toma de decisiones, busca la legitimación de una decisión que ya ha sido tomada por los expertos (Ziccardi)[10]. Debido a eso, los proyectos locales pocas veces están en concordancia o dan respuesta a las necesidades sentidas y expresadas por la comunidad, lo cual ha derivado en una crisis de representación. Esta crisis se refleja en el bajo porcentaje (20%) del total de las organizaciones comunitarias en Bogotá que participan de manera permanente en los ejercicios de participación ciudadana para la planeación local, convocados por la Administración Distrital[11].

“Un proceso de participación ciudadana efectivo, en un escenario de mayor descentralización, facilitaría el fortalecimiento de las organizaciones comunitarias como actores sociales; el surgimiento de nuevas organizaciones; la cooperación y la creación de vínculos más estables entre las organizaciones y las instituciones en torno a propósitos comunes; incrementaría la confianza en la institucionalidad y entre los ciudadanos, afianzaría el interés ciudadano por los asuntos públicos; y contribuiría a mejorar el comportamiento cívico”[12].

Nuria Cunil dice que: “La participación puede ser tomada como un tipo de práctica social que supone una interacción expresa entre el Estado y actores de la sociedad civil, a partir de los cuales estos últimos penetran en el Estado”[13]. Aunque esta definición hace referencia a un nivel nacional, puede explicar en el contexto local porqué la participación de estas organizaciones en los procesos de toma de decisiones es tan limitada y sus resultados poco alentadores. Porque inherente a un proceso de descentralización, además de la participación, están la transferencia de competencias y la autonomía local; y esto puede ser interpretado desde el gobierno de la ciudad como una disminución de su poder.

Este temor también es evidente para el coordinador del proyecto “Bogotá Cómo Vamos”, pues recientemente afirmó: “Desde hace varios años se habla de la necesidad de un régimen descentralizado en la ciudad, pero a la hora de las decisiones los espíritus centralistas ven con preocupación que descentralizar lleve consigo ceder poder y generar autonomías locales”[14].

Descentralización, autonomía local y participación se encuentran interrelacionadas entre sí, de modo que pretender que la una se materialice sin la contribución de las otras es simplemente un despropósito. “La descentralización, en una sola frase, consiste en tomar decisiones localmente; que más problemas se resuelvan en la localidad, que ésta tenga más autonomía de vuelo. Para el logro de este objetivo también se requiere que la sociedad civil organizada ejerza una veeduría sobre las acciones del Estado”[15].

Dicho de otro modo, el éxito del proceso de descentralización en Bogotá depende en gran medida del reconocimiento del activo social que representan las organizaciones comunitarias. Este reconocimiento de parte del gobierno local, puede hacerse a través de la generación y promoción de mecanismos de participación mucho más flexibles y efectivos que los existentes, de modo que estas organizaciones tengan oportunidades reales de incidir en los procesos de formulación y gestión de proyectos que contribuyan al desarrollo de sus localidades[16].

En conclusión, las organizaciones comunitarias y de base podrán jugar un rol protagónico en este proceso, en la medida que se reconozca la gran contribución que están en capacidad de hacer para robustecer la descentralización y también para fortalecer la democracia.

[1] Poggiese, Hector, Redín, Maria Elena y Alí, Patricia. El Papel de las Redes en el Desarrollo Local, como Prácticas Asociadas entre Estado y Sociedad. FLACSO Sede Argentina, 1999.
[2] Vale la pena aclarar, que este decreto es considerado por los expertos como un retroceso con respecto a lo formulado por la constitución de 1991 en materia de trasferencias centrales a la localidad, disminuyendo de este modo la autonomía local.

[3] Oszlack, Oscar (1994) “Estado y sociedad: las nuevas fronteras” en El rediseño del Estado, una perspectiva
internacional, Klrisberg B. (comp.) FCE México.
[4] Maldonado, A. Presentación: Conceptos sobre Descentralización. Universidad De Los Andes - CIDER Especialización En Gobierno y Políticas Públicas [en línea], disponible en: www.foro.org.co/cis/idpacv/290907%20Maldonado-Descentralizacion.pdf, recuperado: 14 de febrero de 2008.
[5] Olivieri Alberti, A. (2003), “Descentralización en la Ciudad de Buenos Aires. ¿Un camino sin final?” en Ciudad Política- Portal de Ciencia Política [en línea], disponible en: http://www.ciudadpolitica.com/modules/news/article.php?storyid=202, recuperado: 10 de febrero de 2008.
[6] Ibídem, p. 3.
[7] Maldonado, A. (2007), “Descentralización territorial en Bogotá. El espíritu centralista de las autoridades descentralizadas” [en línea], disponible en: http://www.foro.org.co/cis/cis_daacdv_materiales.htm, recuperado: 14 de febrero de 2008.
[8] Flórez, M. “Construcción de Capital Social y Organizaciones Comunitarias en Bogotá” [en línea], disponible en: http://www.fundacioncorona.org.co/descargas/PDF_publicaciones/Gestion/Gestion_Capital_Social_Bogota.pdf, recuperado: 1 de Junio de 2008, 08:52:13 p.m.
[9] Carreño Durán, E. (2003), “La participación y el desarrollo: Una reflexión a partir de dos experiencias barriales en Bogotá”. Universidad de los Andes CIDER.
[10] Ziccardi. A. & H. Saltalamacchia. (1996), "Metodología de evaluación del desempeño de los gobiernos locales en ciudades mexicanas". México. UNAM.
[11] Flórez, M. “Construcción de Capital Social y Organizaciones Comunitarias en Bogotá” [en línea], disponible en: http://www.fundacioncorona.org.co/descargas/PDF_publicaciones/Gestion/Gestion_Capital_Social_Bogota.pdf, recuperado: 1 de Junio de 2008, 08:52:13 p.m.
[12] Ibídem, p. 11.
[13] Cunil, N. (1991), "Participación Ciudadana. Dilemas y Perspectivas para la democratización de los Estados Latinoamericanos". Centro Latinoamericano de Administración para el Desarrollo, Caracas, Venezuela.
[14] Córdoba Martínez, Carlos, Descentralización en Bogotá. Un debate necesario [en línea], disponible en: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/otroscolumnistas/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3945459.html, recuperado: 13 de Junio de 2008, 16:36: 06 p.m.
[15] Descentralización en Bogotá. Algunos avances, (2006) [en línea], disponible en: (http://www.bogota.gov.co/portel/libreria/php/frame_detalle.php?h_id=534&patron=01.0109020104, recuperado: 13 de Junio de 2008, 19:20: 19 p.m.
[16] A este respecto, hay que destacar que el interés de la administración de Luis Eduardo Garzón en el tema de la participación se materializó con la creación del Instituto Distrital de la Participación y Acción Comunal (IDPAC) antes Departamento Administrativo de Acción Comunal Distrital (DAACD). El IDPAC se plantea como una institución renovada, con una nueva forma de hacer participación pública en Bogotá; enfocada en las poblaciones y organizaciones sociales y en los territorios que haga tangible la cultura democrática.

martes, 17 de junio de 2008

La silla de piedra y el árbol de la vida


Por Julian Camilo Forero González
I semestre de 2008

Camino a clase, tarde como siempre, detuvo mi marcha y llamó mi atención una pareja en el pasto, junto al camino. Pero no era una pareja de las que expresan libremente su amor y abundan en el campus; no, esta pareja era mucho más peculiar y parecía haber estado sobre el pasto hacía mucho tiempo. Ella, una silla de piedra semicircular y un poco coja; él, un tronco cercenado y seguramente podrido desde sus raíces. Muy próximos el uno del otro, sólo separados por el pasto sin podar, eran un vestigio de la sincronía que en algún momento debió tener el hombre primitivo, por medio de su arquitectura[1], con la naturaleza y las deidades muchas veces representadas en ella.

La sociedad contemporánea produce a grandes velocidades arquitectura mediática, a partir de proyectos urbanos mezquinos o inexistentes. Los edificios comerciales, institucionales o de servicios buscan, a partir de gestos espectaculares o formas intrincadas, vender una imagen sin fondo ni contenido. En muchas ocasiones, esta imagen no corresponde en nada con las actividades que en ellos se desarrollan; por consiguiente, esta arquitectura también suele ser ajena al lugar, a su geografía, a sus materiales, a sus tecnologías, a sus tradiciones y a su gente. Por otro lado, la vivienda, considerada un lugar sagrado desde siempre y que es más del 80% de la totalidad de edificios que conforman la ciudad, también ha entrado a ser parte de procesos mediáticos y especulativos que desarrollan las constructoras, las cuales repiten una y otra vez, como sellos, los mismos conjuntos de vivienda, y reducen cada vez más el área y la calidad de los materiales en el caso de la vivienda social. De igual forma, los lugares ancestrales de retiro y encuentro espiritual están siendo amenazados junto con todo el medio ambiente natural en donde se encuentran; y los espacios sagrados, en medio del caos que cada día aumenta en las ciudades latinoamericanas, hoy están determinados por nuevas religiones oportunistas o credos desgastados. ¿Acaso se perdió la sacralidad en la arquitectura? La silla de piedra convertida en ruina y el tronco desahuciado de un árbol ausente son el testimonio de una sociedad que dejó de lado los valores sagrados de la arquitectura y de la existencia.

Las hierofanías[2] del mundo se han desplazado a objetos efímeros e intrascendentes. Las manifestaciones sagradas en la vida cotidiana empiezan a estar representadas por objetos manufacturados que, para quienes los poseen (o a quienes poseen), representan un estatus y adquieren el valor de un objeto sagrado. La silla de piedra, en su tiempo, no tuvo un valor extraordinario más allá de mitigar el cansancio de quienes en ella se sentaban, sin embargo, en conjunto con el árbol, ahora ausente, brindaban seguridad, resguardo y descanso; cosas que le resultaban suficientemente confortables a un hombre austero, quien encontraba lo necesario para vivir bien y tranquilo, en su comunidad y con lo que ofrecía la naturaleza. Vivía, además, en un tiempo que permitía pausas y espacios de retiro dentro de la vida cotidiana.


Ídolos de plástico y nuevas hierofanías

“[…] para el Centro, señor Algor, el mejor agradecimiento está en la satisfacción de nuestros clientes, si ellos están satisfechos, es decir, si compran y siguen comprando, nosotros también lo estaremos[…]”

José Saramago, La caverna


Las dinámicas de la sociedad contemporánea se rigen por las exigencias del mercado. El mercado, a su vez, crea necesidades (carro, celular, computadores, etc.) y olvida las necesidades reales del ser humano (alimentación, salud física y espiritual, educación, vestido, vivienda de calidad). De esta forma, vemos que las hierofanías en la sociedad de hoy están determinadas por ídolos de plástico creados por el comercio, cada vez más atractivos, gracias a la publicidad, y promovidos constantemente, una y otra vez, por los medios masivos de comunicación. En este sentido, la arquitectura se ha vuelto representante de un concepto comercial y el medio contenedor que utiliza estos falsos ídolos de plástico para desarrollar su culto, al desplazar todas las actividades de la ciudad a un solo lugar, “el único lugar que lo tiene todo”[3], el centro comercial.

En sus inicios, la vida de la ciudad estaba en las actividades que sucedían en sus calles, lugares distintos a las carreteras, porque además de comunicar territorios, generaban en sí mismas la aparición de eventos urbanos, sin un tiempo específico o una programación particular, sino como parte de la vida cotidiana de la ciudad. En la actualidad, las centralidades o nodos culturales y urbanos, están determinadas por la aparición de centros comerciales y tiendas de grandes superficies, que condensan las actividades sociales, culturales y comerciales en un único edificio; es decir, concentran la vida de la ciudad en una sola construcción física e ideológica. Un edificio al que aparentemente cualquiera puede acceder, pero en realidad, sólo entran en él quienes aceptan los parámetros y estándares impuestos por quienes pretenden desarrollar allí su sociedad soñada, y de paso, mediante fachadas ciegas de murallas antipáticas, negar cualquier relación con la ciudad abierta y libre. Ahora, las calles desprovistas de vida son cada vez lugares más inhóspitos, en donde la vida en comunidad desapareció y surgieron guetos, que detrás de sus rejas intentan ofrecer seguridad, logrando únicamente segregar cada vez más a las personas.

Por otro lado, la transformación de los lugares o manifestaciones sagradas obedece a que los misterios de la divinidad que representaban desaparecieron. Cuando la ciencia logra explicar los fenómenos de la naturaleza, en cierto sentido, el ser humano cree haber descifrado el mensaje que todo el cosmos le había enviado y que el “ingenuo” hombre religioso de las sociedades antiguas, a diferencia del astuto hombre moderno, nunca pudo interpretar. Por primera vez, el hombre se pone a la altura de sus dioses, en la medida en que, por medio de la tecnología, siente el poder de controlar la naturaleza; Dios pasa a ser la figura de una tradición respetable pero prescindible, a la cual sólo se apela cuando los ídolos de plástico y toda la parafernalia moderna, que durante el último siglo hemos armado a nuestro alrededor, fallan.


La velocidad de la máquina

“No tardará mucho en que los edificios de la ciudad avancen en línea
de tiradores y vengan a enseñorearse del terreno, dejando entre los más adelantados
y las primeras chabolas apenas una franja estrecha, una nueva tierra de nadie, que
permanecerá así mientras no llegue el momento de pasar a la tercera fase.”

José Saramago, La caverna


El ser humano ha perdido la noción de su tiempo de vida, frente al tiempo del mundo del cual hace parte; esto lo ha llevado a desarrollar una ambición desmedida en la búsqueda incesante de su bienestar y confort individual, de hecho, consume a diario más recursos de los que necesita para vivir sin importar las consecuencias a largo plazo. Además, nuestra sociedad tiende a crear una falsa certidumbre sobre el futuro, o sea, las personas encaminaron el curso de sus vidas en la búsqueda de garantías, casi siempre financieras, para acuñar un futuro próspero, olvidando que éste es naturalmente incierto. Se trabaja para alcanzar una estabilidad económica que, en la medida que hayan necesidades creadas (no reales), nunca llegará. También, dentro de esa perspectiva del tiempo de vida y de los procesos de consumo, la rapidez impera en nuestras vidas, la velocidad en que se puedan hacer las cosas es lo importante, más allá de cómo se hagan.

La connotación sagrada, que desde su origen tenía la vivienda, y que venía siendo dejada de lado, desapareció definitivamente con la definición de “la vivienda como máquina para habitar”, propuesta dentro del movimiento moderno por el arquitecto suizo Le Corbusier (1887-1965), importante promotor de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM), realizados entre 1928 y 1959. La visión de la vivienda allí expuesta, dio paso a la producción sistemática de lugares para habitar que respondieran a las necesidades de una población urbana en aumento. Los primeros proyectos, enmarcados dentro de esta idea de vivienda, se desarrollaron exitosamente durante el segundo tercio del siglo XX. Edificios como la Unidad Habitacional de Marsella (Francia, 1952), el Conjunto Residencial Prefeito Mendes de Moraes, Pedregulho (Río de Janeiro, Brasil, 1947) o el Centro Urbano Antonio Nariño (Bogotá, Colombia, 1953) son representativos de la idea de vivienda dentro de los cánones promulgados en los CIAM. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo, la idea de la “máquina para habitar”, al no ser renovada o superada, se fue desgastando. De esta manera, hoy la industria inmobiliaria produce viviendas estandarizadas de acuerdo al estrato socioeconómico del comprador, y la economía de muchos países fluctúa de acuerdo a esta industria. La vivienda sacra se transformó en “máquina” y ahora es producto.

A pesar de todo, la casa sigue siendo para muchos la última hierofanía, el último lugar donde se manifiesta lo que consideran sagrado, sobretodo cuando las instituciones que representaron durante siglos las disposiciones divinas se diluyen en tradiciones añejas y monarcas corruptos. Sin embargo, la especulación inmobiliaria, a partir de la cual se construyen y venden las ciudades latinoamericanas, y la rapidez en los procesos constructivos, se imponen a la calidad y el bienestar de las personas. Estas problemáticas constantes en nuestras ciudades pueden ser la última y más clara consecuencia de la forma en que fue concebida la organización de la ciudad moderna durante los once congresos CIAM. La división de la ciudad en zonas para habitar, trabajar, recrearse y circular, a partir de un postulado de los CIAM, generó una ciudad segregada y dispersa, donde los desplazamientos necesarios entre una zona urbana y otra generan desgaste en las personas, consumo excesivo de los recursos y crecimiento desmedido en la extensión geográfica que la ciudad abarca.

La aparición de nuevos medios de transporte, que conectan las distintas zonas de urbanas, y de artefactos publicitarios (carteles, pendones, pasacalles, vallas, etc.) han generado fuertes transformaciones en “la arquitectura de la ciudad”[4]. Grandes amputaciones en las que todavía se intuyen las huellas de una escalera, las baldosas de una cocina o un baño, las cenefas animadas de la habitación de un niño o los nichos de una sala que alguna vez estuvieron llenos de recuerdos familiares; todo lo que fue parte de un universo íntimo e infinito con sus propias galaxias y constelaciones, quedó expuesto. Al cabo de un tiempo (corto), la carroñera publicidad también devora estos despojos, sólo quedan extensas cicatrices y, como ya es costumbre, todo lo que alguna vez sucedió allí pasa al olvido.

Cuando la última hierofanía cae, el hombre moderno vuelve a ser un nómada que va errando en busca de su caverna perdida, arrendando o comprando espacios ajenos que le impusieron los estándares del mercado. El nómada extraviado ya no puede exigir sobre lo que desea o le gustaría recibir a cambio de su dinero, porque después de tanto errar se ha olvidado de lo que buscaba y prefiere acostarse cómodo en una suave poltrona, junto a los artefactos de su programado confort para rendir culto a los ídolos de plástico; antes que sentarse en la dura silla de piedra junto al árbol de la vida, desde donde alguna vez pudo encontrar en sí mismo la verdadera paz.
Trabajos citados
Eliade, M. (1957). Lo sagrado y lo profano. Barcelona: Paidos.
Rossi, A. (1971). La arquitectura de la ciudad. Barcelona: G. Gili.
Saramago, J. (2000). La caverna. Lisboa: Caminho.
[1] Arquitectura entendida como todo hecho real construido.
[2] Manifestación de lo sagrado en algún objeto mundano (Eliade, 1957)
[3] Eslogan centro comercial Unicentro.
[4] El estudio de la ciudad como arquitectura es lo que Aldo Rossi denomina la “ciencia urbana” (Rossi, 1971).