lunes, 10 de agosto de 2009

ARTE Y MENTE EN UNA CULTURA: ENCUENTRO DE GENERACIONES



Por Pedro Mora (8/12/2008)




"Por la televisión
De una cara conocida se pasea el culo
Rueda desesperadamente de canal en canal
Busca un trabajo seguro.

Hay rumores de radio
Que con voz sensual apuestan por la guerra
Improbable o lejana, puede que mundial
Mejor estar alerta…"
(Bossé, M. 1997, Laberinto)



Hay palabras que cobran vida solo con el hecho de pronunciarlas, hay otras que desnudan la razón o el pensamiento para que todo se vuelva arte. A través de los años, el ser humano siempre ha estado ligado al arte, a la literatura, a la poesía, a la música, a la pintura, a la escultura, a la danza, al teatro y hasta a la locución; todas estas hacen parte de ese legado tan importante que generaciones atrás plasmaron y que las de hoy quieren reinventar; para algunos de manera preciosista y para otros, se diría, de forma casi vulgar. Lo cierto es que no existe la persona que tenga la última palabra para desafiar al arte y afirmar, por ejemplo, que una obra es mejor que otra.

Cuando uno se sienta a reflexionar sobre lo que otros han hecho, se imagina que todo está resuelto, que no hay nada por hacer, nada más por construir, inventar e investigar. Pero salta siempre el interrogante, ¿qué puedo yo hacer?, ¿qué puedo crear?, ¿qué puedo imaginar? Lógicamente no todo está dicho y la última palabra sobre la verdad en el arte no está escrita; sencillamente todo cambia o se transforma y prácticamente sin pensar aparecen de manera casi repentina ideas nuevas, que nos ayudan a mejorar no solo como personas, sino además como una sociedad que quiere una y otra vez volver a nacer y nacer para quién o para qué, para ese arte que es vida.

Compenetrado con esa nueva ola de generaciones, se puede uno dar cuenta de que ellos son una aventura, y una aventura opuesta a la de los abuelos y padres, e incluso en lo personal; estas generaciones permiten reconocer que los medios de comunicación son vivo ejemplo de consumo, no de arte, no solo material sino intelectual, debido a que todo lo que ves tienes que comprarlo y, de hecho, si no estás a la moda para qué sirve vivir: hay quienes dicen que si eres virgen, no fumas, no tomas cerveza y “no metes porrito”, así sea de vez en cuando, tu vida no tiene sentido y, por ende, no la estás disfrutando.
Ejemplo nítido para las generaciones nuevas son los teléfonos móviles (celulares), con el argumento de la vida y la prisa continua por esquivar el miedo al qué dirán, no se les permite que se conciban la vida sin este instrumento de comunicación. Parece ser que así como es necesario usar el cepillo de dientes a diario, tomar por lo menos un vaso de agua, ducharse o simplemente descansar, el móvil se convirtió en herramienta necesaria para el diario vivir; y eso no es lo único, aparentemente te hace sentir bien como persona, como gente de bien, te da poder y dominio sobre los demás, en definitiva el invento del móvil, para muchos, parece ser el punto clave en el arte.

A todo esto surge una nueva pregunta, ¿hay una continua pérdida de identidad? ¿en dónde colocar los buenos gustos por la vida, tales como caminar en las mañanas y no tener que salir corriendo como mosca que lleva el viento para dejar el bebé en casa de la abuela? Leer un buen libro, pero no sentado frente a un ordenador, más bien poder sentirlo y disfrutarlo en tus manos, y que sea el deleite de la imaginación y de los ojos, para ser transportado a sitios totalmente desconocidos, eso es arte; orar en las noches, en lugar de tirarse y estrellarse a grito vivo en un estadio después de un concierto de hip - hop, de metal o después del partido dizque del “equipo del alma”, o el simple hecho de saludar amablemente con un “hola preciosa, ¿cómo estás?”, y no con un “¿quiubo marica, cómo le va?”, vaya que eso es arte, y arte en el alma.

Pero no todo para aquí, por qué no sentarse a deleitar la música a través de una consola (permitir que ruede el disco con ese clásico vaivén del comienzo) o simplemente en el casete o cd, y así poder disfrutar de cada una de las piezas musicales que componen todo un disco, en vez de estar cambiando de emisora o de canción en canción “como alma que lleva el diablo”, y vuelvo a decir que eso es arte; por qué no dejar que nuestros pies dancen sin parar por medio de esos vallenatos ochenteros (aunque reconozco, no me gusta el vallenato), o de una buena salsa de finales de los setenta, de una baladita americana o simplemente de esos clásicos tropicales que pusieron a bailar a nuestros padres y abuelos (claro también cuenta la música merengue de hoy que aún conserva un aire nutrido de ritmo y folclore).

Opuesto a la idea anterior, no merecen nuestros oídos el sonsonete, cuchicheo o ruido de ese “regetón” confuso y bullicioso que transita por las aceras de la ciudad y que solo trata de opacar la belleza de una mujer, que se convierte en machista y stereosexual, que siempre apunta a un “rico paputo rico”, o un “rico papito rico”, o tal vez a un “mételo, papi, mételo”. Vamos, que estoy seguro muchos nunca tendríamos los cojones suficientes para sacar a bailar a una dama a punta de groserías, menos tan “apellizcados” y dedicándole esas letras; creo menos que una chica permita que le dedicase un “enchúfamela, acéitala y préndela….” pregunto, ¿esa música será arte?

Alguien podría catalogar a este escritor y a partir de sus experiencias como docente, traductor y neurólogo del alma como a un abuelo, viejo, tonto y ridículo, que no encaja con los estereotipos de esta sociedad moderna, pero prefiero poner en tela de juicio mis conceptos, llámense anticuados o sonsos, antes de que se pudra mi alma y no se desahogue.

Contaré que el otro día se subió al autobús una pareja de chicos que parecían muy enamorados, pero tan enamorados, que casi se comen a besos en mis propias narices, y sigo preguntándome, ¿dónde va el arte? ¿por qué no abrir un espacio para la intimidad, para desahogar palabras tiernas y sinceras, para dejar que la sangre fluya y el corazón se abra de par en par? ¿por qué?

Precisamente, valores como el respeto, la honestidad y el autoestima parecen desaparecer de nuestras calles y el derecho a la intimidad y a amar se convierten en derecho a hacer lo que te venga en gana en plenas avenidas, y lo peor de todo, sin importar contextos o ambientes apropiados; no sé si tenga que ver el mismo hecho del desempleo, aunque no quiero meter mis argumentos en asuntos de política por lo mismo apolítico que soy, pero quizás la gente ya no ve lugar para encuentros amorosos, y por lo mismo como son tan caros los arriendos, el alquiler de una habitación, qué sé yo, no cabe la duda para desaforadamente entregarse al compás del amor en un ascensor, en una cabina telefónica o hasta en el “campus de la universidad”. Vuelvo a rondar, ¿dónde quedó el arte de amar?

Ahora, no todo lo que se pinta como arte tiene un precio y una medida a saber. Escuchaba por la radio cómo un novísimo escultor y pintor colocaba a un perro en un museo como trofeo de arte mientras el pobre animal no comía ni bebía agua por varios días, ¿será arte en verdad?, como lo es el hecho mismo de nutrir mi estomago con un perro caliente, un emparedado, unos “corn – flakes” y una lata de gaseosa marca XXX, en lugar de consumir un buen plato de sopa con rica costilla, papa y verdura, o un pocillo de chocolate con arepa; todo ello a costa de bajar unos kilos, de guardar la figura, o por qué no, porque la idea es hacerme modelo profesional. ¿Seré inoportuno al mencionar que las quinceañeras ya no piden una fiesta tradicional?, la respuesta es no; piden cirugía plástica para agrandarse lo que aún no se ha agrandado ni ensanchado.

Quizás el lector juzgará si estaré más entregado al arte o por el contrario estoy muy alejado del mismo. Existe otra simple razón, el modo de vestir apropiado bajo las influencias de consumo de tal cual marca, te hacen ver como la mujer o el hombre que hay en ti; sabía amable lector que ahora se deja entrever del trasero de cualquier mortal, aquella raya púrpura que baja al límite de la gloria, de lo prohibido y más deseado, porque parece ser que dejar ver el color de los “chochos” (es decir de los calzones) y aquella efímera pero motivadora rayita, es influencia del arte; en otras épocas eso era asunto de pareja, de dos, y como hablaba la canción: “Grita al mundo, rompe el aire hasta que muera tu voz, que el amor es un misterio y que importa sólo a dos; correremos por las calles , gritaremos tú y yo, que el amor es un misterio y que importa sólo a dos” (Casal. L. 1997. Pequeños y grandes éxitos).


Aún ejemplos más claros de arte se apuestan en los comerciales o cadenas radiales cuando presentan a una chica sensual, o no sé si la llamarán sexual, para presentar una marca de cerveza, una caja de leche o una goma de mascar; incluso en los videos musicales para vender el producto, llámese disco, DVD o sencillo promocional, solamente acuden a cosas vulgares y no salen de arrumacos en una cama, en una tina o por qué no en el jardín de la casa. Valga la pena aclarar que incluso los comerciales de toallas higiénicas alardean con que las mujeres tienen sangre azul o verde como las plantas y en vez de mostrar su uso “enseñan” cómo y con qué usarlas.

A diario con los medios de comunicación se ha estropeado el buen uso incluso de la ortografía; si alguien se comunica con vos, vía Internet, parece no importar el uso de mayúsculas ni en nombres propios, lo cual ofende irremediablemente según sea el lector y eso sí que da vergüenza al arte; de hecho la gente ya no sabe ni expresarse, hacen uso del inglés como novedosa alternativa, y para todos aquellos escépticos, recordaremos que no es celular, sino teléfono móvil, que no es computador sino ordenador, que no se dice /di-vi-di/, sino /de-uve-de/, que no es el /ci-di/, sino el /ce-de/, que no es el “roast beef” sino “la carne tierna o carne asada”; para colmo de males algunos usan palabras que no corresponden ni siquiera con la pronunciación del habla inglesa, todo por comentar que anda a la vanguardia del mundo; es el caso de los walkie talkie, la mayoría dice /ouki toki/ o el caso del “round boy” de la Primera de Mayo, que lo pronuncian como el /ron boy/, en vez de decir magistralmente en castellano, la glorieta, el círculo, giro, vuelta, ronda, la oreja de la Primera de Mayo (dar vuelta o doblar la esquina en otros contextos).

Desde luego que no quiero pasar por alto la poesía hecha canción en una “tele – bobela” o en un reality, y no es que me detenga a observarlos y no encuentre algo de arte, pero sólo con escuchar comerciales se enloquece hasta el más cuerdo; las novelas y seriados carecen de fuerza en sus propios títulos, para semejanza del buen vestir de las palabras encontraremos algunos tan calientes y emotivos como “La marca del deseo”, “Novia para dos” (por cierto muy sugestivo), “Desafío” (no me acuerdo del resto), “Muñoz vale por dos”, “El último matrimonio feliz”, que no creo sea el caso de la profe de este curso de Redacción de ensayos, porque parece ser que generaciones próximas no sabrán ni de casualidades conyugales. Pero faltan; vamos con otros claros ejemplos, “Aquí no hay quien viva” (y allá mucho menos), “Vuélese si puede” y “Duro contra el muro”, pero eso sí, no olviden que para que haya sexo, digo arte, “Hay con quien”; y eso que no he hablado de títulos de novelas que ya pasaron por nuestra tele, como “Todos quieren con Marilyn”. Sabiendo esto, seriamente, amigo lector, estoy pensando en el lanzamiento de mi propia novela, un título poco común y que será de seguro un best-seller, su nombre “Todas quieren conmigo”.

Pero no quiero alargar más este tratado psicológico-artístico- sentimental, no quiero hacer diferencia con lo escrito por otros y lo entredicho por otros más, no quiero cambiar el mundo con las horas dedicadas aquí, mucho menos herir la susceptibilidad del lector, sólo espero que mis palabras derramen arte sobre la mente y cuerpo de quien quiera encontrar su propia voz; quiero dejar las puertas abiertas para quien quiera servirse de él y para quien desee vestirse con él; espero hayan explorado momentos como éste en su largo vivir, para seguir alimentando la esperanza de crecer en paz, de construir un mundo mejor, porque al final del final, el tiempo pasa y no en vano somos iguales, vivimos en un mismo mundo, en un mismo país y estamos envueltos en la misma novedad.